La respuesta antidepresiva ante la actividad física

La respuesta antidepresiva ante la actividad física

Morgan (1968) publicó un estudio en el que reportó que personas diagnosticadas con depresión presentaban aptitud cardiovascular más baja que los controles no-deprimidos. Estos primeros esfuerzos sentaron las bases para el actual creciente interés en investigación y aplicación clínica en torno al papel del ejercicio y la actividad física para el abordaje de la depresión y la prevención de sus recaídas.

La guía NICE (2009), por ejemplo, recomendó estructurar programas con duración de tres meses con un mínimo de 45 minutos de actividad física vigorosa, hasta tres veces por semana como una intervención para atender síntomas leves a moderados. Por otra parte, directrices nacionales e internacionales (Escocia, Portugal y Brasil) han recomendado el ejercicio estructurado como una opción para los trastornos depresivos (SIGN, 2010); aunque ninguno lo recomienda como monoterapia (Licona & de la Peña, 2017; Ontiveros et al., 2018; Carneiro et al., 2017).

En 1988, Farmer y sus colaboradores examinaron la relación entre los niveles de actividad física y la depresión en una muestra de 1900 estadounidenses adultos entre 25 y 77 años de edad. Los hallazgos arrojaron que el aumento en la sintomatología depresiva se relacionó con niveles más bajos de actividad física; aunado a esto, reportaron que las personas que realizaban poca o ninguna actividad física tenían casi el doble de probabilidades de experimentar aumento en la sintomatología en comparación con las personas que realizaban actividad física regular. Posteriormente, para determinar si los niveles de actividad física fungían como un factor de riesgo para el aumento de la sintomatología depresiva, se midió la influencia de otras variables sociodemográficas (edad, raza, educación, ocupación laboral, condiciones de salud crónicas, e ingresos familiares). Después de tener en cuenta estas variables, se encontró que los niveles más bajos de actividad física siguieron asociándose significativamente con el aumento de los síntomas depresivos (Farmer et al., 1988).

¿Cómo funciona la actividad física en los trastornos depresivos?

Desde hace tiempo se conoce que el ejercicio puede actuar como un distractor de las distorsiones cognitivas con contenido negativo propias de dichos trastornos, dado que el dominio de una nueva habilidad puede mejorar la autoestima de quien lo desempeña (Lepore, 1997). Además, el contacto social en los deportes de equipo y/o competencia puede ser parte del mecanismo que impactaría positivamente sobre la sintomatología. Al respecto, Craft y sus colaboradores (2004) reportaron que la autoeficacia percibida durante la actividad también podría tener un efecto antidepresivo, independientemente del desempeño del sujeto en el juego o ejercicio.

Por otra parte, se han propuesto diferentes factores psicológicos que pretenden explicar la asociación entre la actividad física y sus efectos benéficos sobre la sintomatología depresiva y la salud mental en general. Los primeros intentos fueron realizados en 1977 por Albert Bandura, quien, con su teoría de la autoeficacia, postuló que la confianza en una habilidad específica para la realización de una actividad física es mucho más importante, en términos psicológicos, que la realización de la actividad misma, tanto en el inicio como en el mantenimiento de la actividad a largo plazo (Bandura, 1977; Gauvin & Spence, 1996). La autoeficacia es entendida como la creencia de poseer la capacidad necesaria para cumplir una serie de objetivos y para completar una tarea determinada con el objetivo de obtener un resultado esperado (Bandura, 1997). Las personas sanas son capaces de regular sus comportamientos hacia metas determinadas y logran encontrar estrategias que canalicen sus pensamientos, sentimientos y emociones (Villegas Salazar, 2010). De este modo, el ejercicio puede proporcionar una forma de aumentar la confianza y una experiencia de control a fin de lograr que el individuo aprenda comportamientos de automonitoreo, estableciendo metas, aumentando el soporte social y manteniendo comportamientos deseables (Craft, 2005).

Unos de los factores también estudiados es el apoyo social que implica realizar una actividad física. En algunos estudios se comenta que implementar actividades grupales aumenta la red de apoyo y el acercamiento entre personas con patologías similares mientras que en otros se ha demostrado, comparando la efectividad entre actividad física realizada de forma individual en el hogar y actividad física realizada en centros deportivos, que la mejoría de la sintomatología depresiva resulta ser independiente del grupo de respaldo (Dunn et al., 2005).

Por otra parte, existen también estudios que han intentado identificar los mecanismos neurales que la actividad física tiene sobre la sintomatología depresiva (Gujral et al., 2017). En uno relativamente reciente, se observó que el ejercicio podría remodelar la estructura cerebral, activar la función de las áreas cerebrales relacionadas con los trastornos depresivos, promover cambios de adaptación conductual y mantener la integridad del hipocampo y el volumen de la materia blanca, mejorando así el procesamiento cerebral y retrasando, al mismo tiempo, la degradación cognitiva (Paolucci et al., 2018). Así mismo, se ha encontrado que el aumento en la actividad física se correlaciona negativamente con el riesgo del trastorno (El-Sayes et al., 2019); se ha reportado que el ejercicio (sobre todo aeróbico y de resistencia) puede mejorar la sintomatología depresiva (Rethorst et al., 2009).

Cuadro 1. Ejercicio y barreras médico-paciente

Del clínicoDel paciente
La promoción y el mantenimiento del ejercicio y/o la actividad física como tratamiento no se establece como un objetivo durante la formación de los médicos.La creencia de que realizar cambios en los estilos de vida es “extremadamente difícil” e implica invertir gran cantidad de tiempo.
Hasta el momento, no hay una creencia firme dentro del ámbito de la psiquiatría con respecto a que el ejercicio desempeñe un papel fundamental para el tratamiento de los trastornos depresivos.Tanto para el inicio como para el mantenimiento de la actividad física se encuentra que este grupo de personas es más sedentario y probablemente con una adherencia más baja a largo plazo que la población general.
Una posición “activista” frente al ejercicio puede ser vista por muchos psiquiatras como una incoherencia metodológica y terapéutica.Frecuentemente las personas diagnosticadas con depresión se enfocan en las barreras para la realización del ejercicio, pensando frecuentemente en términos del “todo o nada” y minimizando sus progresos.
Nota: Elaborado con información de Villegas Salazar (2010).

Finalmente, con respecto a las vías inflamatorias implícitas, es sabido que las personas diagnosticadas con algún trastorno depresivo a menudo presentan también elevación de concentraciones séricas de mediadores proinflamatorias; por ello, se tiene la hipotesis que el ejercicio y la actividad física ayudarían a mitigar la sintomatología al reducir la inflamación general a través de la modulación de factores antiinflamatorios endógenos (Beserra et al., 2018). Al respecto, Paolucci y sus colaboradores (2018) llevaron a cabo un estudio en el que incorporaron a 61 universitarios que asignaron aleatoriamente a uno de los siguientes tres grupos: entrenamiento interválico de alta intensidad, entrenamiento continúo moderado, o ningún ejercicio durante un periodo de seis semanas que además coincidía con periodo de actividad académica. Se midieron los cambios con respecto a la severidad de la sintomatología depresiva y ansiosa y de los niveles de estrés percibido, además de medir las citoquinas proinflamatorias, como el factor de necrosis tumoral alfa, interleucina-6, interleucina-1 beta y proteína C-reactiva. En sus hallazgos se reportó que los síntomas depresivos aumentaron en el grupo sin ejercicio o sedentario, mientras que las citocinas proinflamatorias disminuyeron en los dos grupos que llevaron a cabo actividad física. En conjunto, los resultados sugieren que el ejercicio puede ser una medida para, no solo, mejorar el ánimo de quienes lo llevan a cabo, sino que, también a través de ciertos mecanismos biológicos complejos como las vías de regulación de la inflamación, mejore los síntomas depresivos.

Pese a estos datos, se considera que aún se requieren más estudios para establecer las prescripciones de ejercicio precisas para mejorar los síntomas depresivos. También se requieren estudios en diversas poblaciones, y que incorporen otras medidas de cambio, como imágenes cerebrales que midan los cambios plásticos a nivel cerebral (Zhao et al., 2020).

¿Qué barreras entre clínico-paciente se han identificado?

A lo largo del tiempo se han identificado múltiples limitaciones que impiden una mejor adaptación de la actividad física y el ejercicio como tratamiento complementario para las patologías depresivas y, en general, para las condiciones de salud mental. Existen obstáculos tanto por parte del médico como del paciente; en el cuadro 1, se reseñan algunos de ellos.

De acuerdo con Villegas Salazar (2010), una forma de limitar este tipo de dificultades es prescribiendo ejercicio que se ajuste a cada persona de forma específica, estableciendo metas realistas y alcanzables, discutiendo los beneficios del tratamiento y extrapolando estos beneficios a la mejoría sintomática esperada. Finalmente, se sugiere que el personal de salud proponga actividades variadas como factor potenciador de la acción del ejercicio (Seime & Vickers, 2006).

  • Jessica Zapata Téllez
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